Comentario
La clave del ataque alemán se hallará en las Ardenas. Esta región, situada al noreste de Bélgica y que ocupa una buena parte de Luxemburgo, es una accidentada zona llena de fuertes pendientes, que si bien no son muy elevadas, sí forman fuertes cortaduras, continuos despeñaderos y precipicios. Las carreteras eran escasas en aquella época, pocos los puentes capaces, abundantes los ríos que en la primavera bajaban torrenciales por el deshielo, enormes e impenetrables los bosques... La doctrina tradicional, formulada por el general Pétain en los años veinte, era que las Ardenas no eran un lugar de paso para una invasión alemana de Francia en la que hubieran de emplearse grandes formaciones mecanizadas.
Cuando von Manstein estudiaba un plan alternativo alemán al que preparaban Halder y Brauchitsch (jefe del Estado Mayor y jefe del Ejército, respectivamente), consultó al máximo experto alemán en carros, Guderian, si podrían pasar por allí sus unidades acorazadas con la suficiente discreción y velocidad como para caer por sorpresa sobre las líneas francesas de Sedán. Guderian analizó el proyecto y le respondió afirmativamente, de modo que Manstein siguió estudiándolo y, tras numerosas vicisitudes, consiguió que su plan se llevase a la práctica. Pero el asunto de las Ardenas era tan novedoso que costó numerosos desplantes a Manstein e, incluso, la incomprensión de su jefe superior, mando supremo de los Ejércitos A, von Rundstedt, que dirigió aquella operación con fe, pero sin comprenderla en absoluto, como asegura el general J. F. C. Fuller.
Así, pues, el mando francés no había previsto nada para Las Ardenas, hasta el punto de que a ese frente destino al IX Ejército -Corap-, que debía cubrir con sus 9 divisiones más de 140 kilómetros. -Según la doctrina de la época se precisaba una división por cada 10 kilómetros-. ¡Y qué divisiones!: una motorizada -150 carros-, una de choque, dos de caballería -equipadas con caballos y blindados ligeros-, dos de reserva tipo A -se les daba un 75 por ciento del valor de una división de choque-, 2 tipo B -50 por ciento de una división de choque- y una de fortaleza -puramente de fortificación, obras y mera defensa-. El frente de las Ardenas se completaban con el ala izquierda del II Ejército -Huntziger-: 2 divisiones del tipo B. (Entre los Ejércitos franceses, el IX y el II tenían 300 blindados aproximadamente).
En suma, sobre 11 divisiones, que sobre el papel sólo valían por 9 y media, iban a caer 44 divisiones alemanas, todas ellas de choque, perfectamente adiestradas y en su mayor parte con experiencia militar. De estas 44 divisiones había 7 acorazadas y 3 motorizadas, con cerca de dos mil trescientos blindados. Evidentemente, los alemanes habían calculado bien que las Ardenas estarían medio desguarnecidas y al Alto Mando francés, dada la universal creencia en la impenetrabilidad de la región, no se le pueden hacer muchas objeciones a su despliegue, pero sí a la formación y constitución de sus tropas.
En efecto, las divisiones del tipo B estaban siempre al borde de la sedición; el adiestramiento general del soldado era malo; la moral, bajísima... el propio general Gamelin lo reconocía en su informe de mediados de mayo: "Los hombres movilizados no han recibido en el período de entreguerras la educación patriótica y moral que les hubiera preparado para el drama que resolvería el destino de la nación... Las fracturas de nuestro frente se debieron con mucha frecuencia a las huidas locales o generales en puntos clave, frente a un enemigo arriesgado, decidido a afrontar todas las situaciones y convencido de su superioridad".
Luego estaban las armas. Los ejércitos franceses combatieron en gran inferioridad material, técnica y táctica: los alemanes siempre fueron superiores en el aire y en los choques de blindados. Y no sólo porque los franceses tuvieran un material de inferior calidad, sino porque con frecuencia, como les ocurrió a los generales Corap y Huntziger en el frente de las Ardenas, no estaban equipados para la guerra que les cayó encima: las dos divisiones estacionadas en la zona de Sedán sólo disponían de 21 cañones anticarro, en vez de los 104 reglamentarios; esas mismas divisiones carecían por completo de antíaéreos, por lo que se cebaron sobre ellas los JU-87 Stuka. El IX Ejército estaba a 1 /3 de su dotación reglamentaría de antíaéreos...